Este cuento no surgió como un intento didáctico de explicar la muerte, al menos conscientemente. Fue un impulso del corazón.
Una buena amiga se estaba enfrentando con uno de esos momentos terribles con que la vida a veces nos fustiga: su marido se estaba muriendo como consecuencia de una larga enfermedad y, añadido al sentimiento de dolor y de pérdida, le angustiaba el hecho de no saber cómo explicárselo a sus hijas de cuatro años.
Impregnada de su sentir me senté frente al ordenador y sin ningún esfuerzo mis dedos teclearon este cuento. Recuerdo que tenía claro que necesitaban sab…