Vivimos en un tiempo en que las lenguas sin Estado -pequeñas o no tanto- se ven abocadas a defender su existencia -es decir, su espacio para ser pronunciadas- palmo a palmo. Suelen tener que hacerlo asegurando que no están ahí con ánimo de molestar o de herir, que no fueron pensadas para incordiar a nadie, que simplemente eran y son. Después alguien decidió que eran lenguas de segunda, dialectos, vehículos de pobres, jerga de terroristas o cualquier otra cosa. Con frecuencia se les exige que pidan perdón por su existencia, pues el autoritarismo y el empeño de impedir que el otro se…