Todos, absolutamente todos, somos una síntesis en constante evolución tanto individual como colectivamente hablando. No obstante, para comenzar pondré un ejemplo no personalizado: la calle de cualquier pueblo o ciudad, es decir, una unidad vital. Paseando sosegadamente -y fijándonos tan sólo en sus edificios, porque podríamos tomar otros muchos parámetros-, dejamos atrás una hermosa iglesia románica del siglo XII; vemos aquí y allá las puertas apuntadas de algunas casas del XIII; un poco más lejos, el antiguo palacio de los “señores”, del XIV; varias viviendas y la cárcel del …