Cuando el 28 de diciembre, Día de los Inocentes, Louis Lumière inauguraba el primer cinematógrafo en el Grand Café del Boulevard des Capucines de París, (“curiosidad científica sin porvenir comercial” decía el anuncio) y sembraba la inquietud y el pánico entre los asistentes con la famosa secuencia de L’arrivée du train en gare de La Ciotat, en la que una locomotora se aproxima a gran velocidad y parece abalanzarse sobre los espectadores, no podía sospechar que estaba poniendo los cimientos de la mayor revolución de los códigos de percepción de la humanidad desde el descubrimie…