Este libro busca un lenguaje para dar a la educación un sitio peculiar dentro de las relaciones y las experiencias esenciales de la vida. Poco parece quedar de los gestos, rostros, acciones, sonidos y silencios con que recordamos ciertos momentos que nos «hacen», cuando el registro se vuelve un engranaje desapasionado.
El libro muestra este cambio: de una lengua que comienza materna (por la infancia, el canto, la narración, por su ritmo y prosodia) y que se transforma en seguida en paterna (por el patrón, la gramática, la ley, el poder). Una lengua que pronuncia la reconstrucción de su memoria educativa en términos de gestos, rostros, textos y que luego se proyecta casi sin cuerpo, como expresión acabada de una autoridad sumida en la planificación y la evaluación. O, si se quiere, la mutación de un lenguaje desde un deseo de enseñar hacia un lenguaje infectado por la razón evaluadora.
Este libro busca un lenguaje para dar a la educación un sitio peculiar dentro de las relaciones y las experiencias esenciales de la vida. Poco parece quedar de los gestos, rostros, acciones, sonidos y silencios con que recordamos ciertos momentos que nos «hacen», cuando el registro se vuelve un engranaje desapasionado.